Cuando te escucho balbucear dudo que continúes hablando de jeringuillas, sueros, muestras y demás inventos médicos.
Me duele la mano derecha porque tengo las venas muy finas y la piel muy dura. Llevo exactamente cuarenta y tres horas y quince minutos sin mover ni un centímetro de alguna parte suelta de mi cuerpo.
Los tulipanes y las margaritas de la media botella que hace de jarrón están terminando de florecer. Y ya no quedan pijamas limpios en los cajones, que sean de mi talla.
Voy coleccionando los papelitos de las comidas que nunca me como. Las sábanas están revueltas. Las palomas vienen y van picoteando las migas de pan que mi madre ha soltado en la ventana.
Hay dibujos colgados en las puertas de los armarios. Quedan treinta minutos de televisión. Solo hay una almohada para dos camas. El cable de oxígeno está colocado en un lado de la cama. La luz fluorescente sobre mi cabeza ha sido reducida con papeles irreconocibles. Las palomitas de maíz, de muchos, muchos colores están esparcidas por el suelo.
Cuatro almanaques de vírgenes y santos velan por mi salud.
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