sábado, 11 de febrero de 2012

Campanas

Te escucho cantar, y me pregunto como puedes seguir cantándole a la vida después de todo lo que hicieron vivir.


Paseas por la calle, buscando la casa adinerada de la que todos hablan, con una lata de tomate que tu madre te encargó y de la que has aprendido mucho más de lo que pensaste aprender en los quince días que fuiste al colegio. Hace horas que no paran de caer bombas y más bombas a tu alrededor, te chocas con camiones vacíos de esperanza y a los que le sobran mortajas. Te debates entre la desesperación que causa en ti no encontrar tu destino y entre tu destino maltrecho que siempre te ha perseguido. De pronto, sientes calor en tu hombro derecho. Y ese calor hecho persona te coge con una fuerza desenfrenada que te hace sentir el miedo que no sentiste el día que aquellos tipos irrumpieron en tu casa.


Cierras los ojos con fuerza y esperas que termine pronto, el ruido te acecha, solo escuchas estruendos que truenan tus oídos. Cierras los ojos con más fuerza aún, el destino que te seguía o aquel que buscabas se desvanecen en una nube de humo negro que ni siquiera te deja respirar. Por fin, y después de un tiempo que ha pasado con cuentagotas por tu los restos de tu vida decides abrir los ojos y te encuentras con el cementerio de sentimientos;sobre protegida por un hombre que al principio te hizo sentir calor en tu hombro y que no intenta más que, que sobrevivas a las caídas que te pongan en la vida.


Y cantas, y te escucho desde el piso de arriba. Y aprieto mi oreja al suelo con fuerza para sentir la fuerza que llevas dentro. Todo el mundo piensa que la locura ha llamado a tu puerta y sigues cantando y después de todo cantas porque existes y porque no hay cosa que te produzca más satisfacción que continuar existiendo.

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